Esto que voy a decir va a sonar muy gilipollas, pero cuando me siento (o tumbo) a leer un libro lo primero que espero es pasármelo bien. Hace ya más de una década y media, cuando era joven y romántico, me tragué todos los bodrios requeridos para una vida entera (ahí no procrastiné, fíjate), esos que salen en las listas de las mejores obras de la literatura. Ahora, entrando en la (interesante) madurez, cada vez me inclino más por lecturas que ante todo no me aburran. Ya no perdono un libro, si hace falta lo cierro, o lo regalo, o lo tiro por la ventana.
Por suerte, quedan ahí fuera billones de novelas de ci-fi (dura, blanda, poco hecha...) que encajan en mis bien sencillas expectativas. A fire upon the deep, con un título muy noventero (sí, es del 92) y por supuestísimo premiada con uno de esos galardones (en este caso el Hugo) de los que hay mil, puede llegar a engañar, pero al final no. Ahora me explico.
La gran mayoría de los autores de ci-fi que conozco son gente muy nerd. Son personas muy formadas intelectualmente, repletas de ideas y teorías de toda índole (sobre todo físicas o matemáticas, y ahora cada vez más tecnológicas). Pero, qué jodíos ellos, los que han triunfado son los que han logrado transmitirlas con un envoltura entretenida y comunicable, no con densos tratados y ensayos de los que quedan arrumbados en una estantería de universidad. Vernor Vinge, el autor de esta novela, así lo ha hecho. Ha metido a presión unas cuantas teorías (casi ni caben), pero la parafernalia con las que las ha presentado logra que hasta parezcan sencillas. Y, lo más importante, muy divertidas.
De nombre completo Vernor Steffen Vinge, este buen hombre no se ha prodigado en demasía en el campo de la literatura. Su biografía dice que es profesor de universidad retirado, experto en computación y otros campos relacionados. Así, a priori, puede dar hasta grimilla (recuerdo a algunos profes de universidad y me entra sueño). Entre algunos de sus logros, es supuestamente otro de los múltiples padres ideológicos del ciberespacio (ni Freddy Krueger tiene tantos progenitores), y le ha dado duro al tema de la Singularidad (Singularity en inglés) en ensayos y en sus obras literarias (ha llegado a afirmar con rotundidad que la creación de una inteligencia artificial marcará el final de la humanidad tal y como la conocemos... vamos, que le mola Terminator).
A fire upon the deep explora con profundidad (nunca mejor dicho) este tema. Se nos presenta muy a lo Space opera en un comienzo, situando la acción en un planeta-estación de servicio cuyos habitantes son los comerciantes quintaesenciales, y que alberga representantes de una infinidad de especies inteligentes. Desde la primera página se nos explica que la galaxia donde tal colección de bichos raros habita (la vía láctea) está estratificada en zonas, desde el deep del título hasta el trascend, y que dichas zonas condicionan la capacidad intelectual y el funcionamiento o incluso la posibilidad de tecnología avanzada. El porqué existen estas zonas nunca queda claro (aunque la resolución de la historia apunta a una solución), pero su efecto es totalmente real. Los planetas que pertenecen al deep no albergan especies inteligentes o las que lo son nunca llegan a salir de ellos, mientras que en el trascend se pueden encontrar entes de enigmáticas y vastas inteligencias (a lo Q de Star trek). Y sí, los humanos están presentes (cómo no), pero provienen de zonas próximas al deep y nunca se han comido un torrao.
Curiosamente, son un grupo de humanos los que despiertan a un ente que llevaba aislado durante billones de años (esto sí me parece factible, que seamos los que la cagamos), un ente con un poder desmesurado pero con aviesas intenciones, que va a catapultar la acción y a cambiarlo todo, incluso la dinámica de zonas en la galaxia. Tomando como protagonistas a un variopinto grupo (una humana, un proxy con forma humana de una inteligencia poderosa, y un par de plantas sobre ruedas... sí, es lo que son), viajamos hasta un planeta cercano a la zona deep donde la especie predominante es una forma de inteligencia colectiva concretada en manadas perrunas. Sí, lo sé, ¿pero por qué no? También os podría decir que hay por ahí una especie de mariposas altamente belicosas y dueñas de la mayor y más peligrosa flota de guerra del cuadrante. Ya lo decía, muy Space opera, pero nada de esto resta un ápice al interés de lo que se cuenta o del fondo que ello esconde.
Resumiendo y yendo al grano: a dicho planeta canino (donde tiene lugar gran parte de la acción, por cierto) ha ido a parar la única nave humana que escapó al descubrimiento del malote de la historia, la que alberga la única solución para pararle. Y allí que van los parias descritos antes, sorteando peligros y haciendo descubrimientos inquietantes, hasta desencadenar con su llegada un hecho cataclísmico que cambiará para siempre la galaxia.
¿Por qué me ha gustado este extraño pastiche, aparte de por ser endiabladamente ameno? Primero, porque trata el tema de la paradoja Fermi de una forma graciosa y hasta posible. Sí, ya sabéis, esa que no se explica qué hacemos tan solitos si en teoría el universo debería estar petado de especies inteligentes dando garbeos; aquí se dice claramente que la mayoría terminan autodestruyéndose o se hunden en un declive mortal (o alcanzan una Singularidad que las aniquila). Segundo, porque es emocionante. Casi todos los episodios terminan en cliffhangers, y casi todos nos descubren algo nuevo y sorprendente, algo crucial. Y lo hacen de una manera progresiva, sin trucos ni trampas repentinas ni salvaciones poco plausibles de última hora. Tercero, porque está muy bien escrito. Las descripciones de las civilizaciones alienígenas, y sobre todo la de los tines o mentes perrunas, son tan meticulosas y, pues eso, alienígenas, que se salen de todo lo visto con anterioridad (nada de tíos feos con cabezas rarunas que parecen humanos).
Curiosamente, cuanto más viajo al pasado de la ci-fi, mejores obras me encuentro. ¿Otro síntoma de hacerse uno viejo?
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